Por: Luis Manuel Pérez García
Después de que Miguel Hidalgo llamó al pueblo a las armas en el ya famoso grito de Dolores, se dirigió a San Miguel el Grande, reclutando seguidores a la causa en su camino, su meta en ese momento era tomar la entonces importante ciudad de Guanajuato, a la que llegó en la madrugada del día 28 de septiembre de 1810.
La clase adinerada de Guanajuato, había tenido una reunión de consejo el día 19 de septiembre porque preveían que el movimiento insurgente llegaría a su ciudad y que los habitantes de esta lo apoyaran, en esa junta acordaron que no huirían a la ciudad de México sino que pedirían apoyo a las tropas realistas para que acudieran a defenderlos, y mientras resistirían en la ciudad el mayor tiempo posible, las mujeres niños y personas que no tuvieran conocimientos militares se encerrarían en una gran bodega recién construida a la que llamaban la Alhóndiga ya que era un edificio reforzado que podía garantizar la seguridad de quienes estuvieran ahí, pensaron que con estas medidas nada podría salir mal para ellos.
Hidalgo tenía una amistad de varios años con el intendente Riaño, así que en nombre de esa amistad le mandó una carta donde le pidió que se rindiera y evitar así su muerte y la de los que estaban con él, sin embargo Riaño confiaba en que las tropas realistas llegarían a tiempo para apoyarlos y dio un no como respuesta. Hidalgo sus tropas tenían un interés especial en tomar la ciudad de Guanajuato, debido a la grandes riquezas que esta poseía, así que la negativa de Riaño a rendirse, aunque hubiera sido su amigo no iba a tener como consecuencia que Hidalgo desistiera de tomar la ciudad, así que junto con Ignacio Allende organizaron el ataque de la misma y además de la gente que ya los seguía contaron con el apoyo de los mismos habitantes e iniciaron batalla.
A medio día de ese 28 de septiembre, inicio el combate, pero los españoles atrincherados resistían los embates insurgentes desde lo alto de la Alhóndiga atacaban con sus fusiles y recipientes de pólvora.
El intendente Riaño al observar la situación tomó la decisión de luchar cuerpo a cuerpo contra los insurgentes, por lo cual junto con un grupo de soldados se dirigieron a la entrada de la fortaleza, sin embargo, un disparo insurgente que se incrusto en la cabeza del intendente, acabó con su vida. Esto provocó un gran desorden y la baja de moral entre los españoles que se encontraban defendiendo la Alhóndiga de Granaditas. A pesar de que algunos opinaban que seria mejor rendirse para evitar que los mataran, el comandante al mando de la resistencia decidió seguir luchando hasta el final.
Los insurgentes, desesperados porque no había forma de penetrar al edificio, no cesaron en su intento y sostuvieron el asalto, hasta que de forma inesperada consiguieron franquear la entrada. Gracias a la astucia de un minero llamado Juan José Reyes Martínez, apodado el Pipila, decidió amarrar a su espalda una gruesa laja de cantera que lo protegiera de las balas realistas mientras el se arrastraba hacia la puerta de la Alhóndiga, llevando una antorcha y una brea; una vez que llegó a la entrada, roció la brea sobre la puerta de madera y con su antorcha le prendió fuego. Poco a poco la puerta fue cediendo, hasta quedar consumida por completo, en ese momento los insurgentes como un torbellino entraron al edificio y masacraron de forma despiadada a todos los españoles que ahí se encontraban refugiados. Fue una horrible matanza contra las familias peninsulares, resultado del odio, rencor e ira acumulado durante trescientos años de dominio español, Hidalgo nada pudo hacer para evitar tal acto, pues la cólera de la gente era incontrolable.
Después de tomar la Alhóndiga de Granaditas, el ejército insurgente saqueo los negocios y las casas de los españoles apoderándose de todo lo que encontraban, a pesar de que Hidalgo lo había prohibido, pero el desorden imperaba entre los saldados insurgentes.
De esta manera es como se desarrollo la famosa lucha de la toma de la Alhóndiga de Granaditas.
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